(Artículo originalmente publicado en revista Muy Interesante. Julio, 2023. Nº 506.)
Los primero pobladores Homo sapiens de Europa llegaron con una oleada inicial hace unos 45 mil años, ya entrada la Última Era de Hielo. Durante unos 15 mil años fueron colonizando el continente, sin demasiados problemas. Pero hace unos 25 mil a 19 mil años, todo lo que quedaba de ellos era un pequeño reducto en el sur de la Península Ibérica.
Ya los huesos, y los estilos tecnológicos de herramientas de
piedra, parecían indicarles a los expertos que todo el sur de Europa había
funcionado como refugio durante el llamado Máximo Glacial, el período más frío y
cruento de la última Era de Hielo.
Pero nuevos descubrimientos apuntan hacia otro lado. En
especial el análisis de los genes de un individuo descubierto en la Cueva del
Malalmuerzo, de la zona de Granada, España. Este humano de hace unos 23 mil
años, es la conexión que faltaba entre las últimas poblaciones supervivientes
de la helada Europa, y las que luego repoblarían todo el continente cuando los
hielos se fueron retirando hace unos 19 mil años.
Hoy en día, gracias a la paleogenética, un trozo de hueso
humano es suficiente para conocer la historia de un pueblo. Con los grandes
avances tecnológicos, los genes que se pueden extraer, funcionan casi del mismo
modo que cuando un historiador descubre un libro antiguo.
El conjunto de los genes del individuo al que perteneció el
trozo de hueso se conoce como genoma, y la información que se puede extraer de
él es tan rica como una pila de libros. Pero, los genes de una persona no sólo
cuentan su historia, sino la de todos sus antepasados.
Dos estudios recientes, uno publicado en la revista Nature,
y el otro en Nature Ecology and Evolution, han analizado el genoma de
356 cazadores recolectores de todas partes de Europa, cubriendo un período que
va desde hace 35 mil a 5 mil años atrás.
Comparando a los genomas de diferentes personas entre sí, se
puede conocer la relación de parentesco entre esos individuos. A su vez, esto permite
identificar el derrotero de la especie humana desde que evolucionó en África
hace unos 300 mil años.
Cómo llegó a Oriente Medio hace unos 100 mil años, se asentó
en Europa hace unos 45 mil años y, gracias a los últimos estudios, cómo casi se
extinguió en este continente durante la última Era de Hielo, para volver a
repoblarlo desde el sur de la Península Ibérica miles de años después.
“Los genomas antiguos permiten reconstruir migraciones y
divisiones de poblaciones que pueden datarse mediante herramientas puramente
genéticas, basadas en diversidad y tasas de mutación que ahora están
ampliamente aceptadas, después de más de veinte años del Genoma Humano”,
explica Carles Lalueza-Fox a Muy Interesante, experto en paleogenética investigador
del Instituto de Biología Evolutiva del Consejo Superior de Investigaciones
Científicas y director del Museo de Ciencias Naturales de Barcelona.
“Esta aproximación debe de hacerse en colaboración con
arqueólogos, antropólogos e historiadores, en lo que sin duda constituye una
visión nueva y claramente multidisciplinar del estudio del pasado”, aclaró el
experto.
Los primeros pobladores
Nuestra especie, el Homo sapiens, no fue el primer
humano en poner pie en Europa. En la época que comenzó a poblar este continente,
hace entre 50 a 45 mil años atrás, se encontró con los neandertales. Ya habían
ocurrido encuentros entre ambas especies hace unos 100 mil años atrás, en
Oriente Medio.
Pero el Homo neanderthalensis hacía decenas de miles
de años que se encontraba en un declive demográfico importante, debido a las
duras condiciones climáticas del período previo a que los sapiens llegasen
a Europa. El último refugio de los neandertales, y donde finalmente se
extinguieron hace unos 40 mil años, fue la Península Ibérica.
Si bien nuestra especie estaba mejor adaptada a los
drásticos cambios climáticos que se sucedieron durante la última Era de Hielo,
veremos que hace unos 20 mil años comenzaría el mismo declive que los
neandertales, en Europa, y su último refugio también sería la Península
Ibérica. Sólo que nosotros sobrevivimos, allí, y en otras partes del mundo.
Gracias a la arqueología y la paleoantropología se han
podido descubrir diferentes culturas humanas en la Europa de hace decenas de
miles de años. Cada una con su distintivo estilo de herramientas de piedra,
arte rupestre de las cuevas, tallas en piedra y marfil, etc.
Con la ayuda de los genes extraídos de huesos de todas
partes del continente, se ha podido comprobar la relación que había entre todas
estas diferentes culturas de Europa que cubren un período de decenas de miles
de años.
Estos grupos humanos que comenzaron a llegar al continente unos
45 mil años atrás, llevaban lo que se conoce como cultura auriñaciense, por el
estilo de herramientas líticas que fabricaban. Pero hace unos 33 mil años
comenzó lo que se conoce como el Último Máximo Glacial, un período de reducción
constante de la temperatura, y un avance masivo de los glaciares continentales.
Por esos tiempos, la tecnología había evolucionado a la
llamada cultura gravetiense, en lo que hasta ese momento era una población
humana europea muy interconectada entre sí. Algo muy característico de esta
cultura era el arte rupestre, y la gran cantidad de esculturas femeninas que
hicieron. La más famosa de ellas la Venus de Willendor.
Pero el avance de los hielos continentales, acompañado de
una reducción constante de la temperatura, llevó a que el clima fuese cada vez
más inhóspito. Esto empujó a las poblaciones hacia el sur, a la vez las fue atomizando
en grupos aislados. Principalmente en los Balcanes al este, en el sur de
Italia, y al oeste en el sur de Francia, y sur de la Península Ibérica.
Esta separación comienza a generar una nueva cultura en lo
que hoy es Francia y España, la solutrense. Tras 20 mil años de habitar en el
continente, nuestra especie comenzó a experimentar lo que había afectado a sus
primos neandertales. Un clima cada vez más inhóspito, por la llegada del máximo
glacial, los fue empujando hacia el que sería su último reducto: el sur de la
Península Ibérica.
El invierno está aquí
El ser humano no estaba simplemente buscando condiciones de
vida más apacibles. El avance de los hielos cambiaba el clima por completo, no
sólo hacía más frío, sino que el aire era más seco, afectando a la vegetación y
la fauna. Es decir, el alimento del ser humano.
Coloquialmente llamada Era de Hielo, la Última Era Glacial,
obtiene ambos nombres por el increíble avance de los hielos continentales. La
temperatura global era 6º menor que la actual, lo que podrá parecer poco, pero
tan sólo un grado afecta el clima y la circulación de aire y agua en todo el
planeta. Como bien estamos experimentando en la actualidad con el Cambio
Climático producto del Calentamiento Global.
El 25 por ciento de la superficie terrestre estaba cubierta
por el hielo. Esta acumulación de agua en estado sólido en los polos y sobre
los continentes, llevó a que el nivel del mar bajase 125 metros.
Esto a su vez dejó expuestas grandes masas de terreno que
antes eran lecho marino, como el Canal de la Mancha. Europa sufrió
especialmente el avance de los hielos continentales, debido a que sobre este
continente ocurrían más precipitaciones que en otras regiones del mundo.
La Última Era Glacial fue parte de lo que se conoce como la
Glaciación Cuaternaria, que se inició hace unos 2,5 millones de años. Dentro de
ella se han ido alternando períodos glaciales e interglaciales. El último de
los períodos glaciales comenzó hace unos 115 mil años, hasta hace unos 11,700,
que dio comienzo al interglacial en el que vivimos.
Si bien la adaptación de nuestra especie a tolerar
diferentes climas le permitió poblar casi todo el planeta durante la Última Era
Glacial, el período conocido como Máximo Glacial fue demasiado cruento. Fue el
momento en que los glaciares cubrieron un cuarto de la superficie terrestre.
Comenzó a recrudecer hace unos 33 mil años con el pico máximo entre 26 mil y 19
mil años atrás.
Durante ese máximo los hielos continentales cubrieron gran
parte del norte de América, Asia, y norte de Europa. La imagen que tenemos hoy
del Ártico, una gran masa blanca, llegó a cubrir el norte de Francia y
Alemania, dejando más de la mitad de Dinamarca bajo el hielo, así como Irlanda,
gran parte de las Islas Británicas, y toda la región báltica.
A excepción del sur de Italia, los Balcanes, y la Península
Ibérica, la otra parte de Europa que no estaba bajo el hielo, era una estepa
ártica. Si bien estos cambios ocurrieron a lo largo de cientos de años, para la
vida vegetal y animal fueron demasiado abruptos, por lo que fueron siendo empujados
hacia zonas más ecuatoriales, en algunas zonas, mientras que de otras
simplemente fueron desalojados.
El último refugio
Ya se especulaba que el sur de Francia y de la Península
Ibérica había sido una de las únicas partes de Europa pobladas por el ser
humano durante el Máximo Glacial, gracias al abandono que se veía en los sitios
arqueológicos de diversas partes del continente. Pero es la paleogenética la
que termina de confirmar esta hipótesis.
“La península ibérica se comportó como un refugio genético
que conservó, en parte, la composición genética anterior a este episodio
climático”, explicó Carles Lalueza-Fox, uno de los autores del estudio
publicado en Nature Ecology and Evolution.
En ese estudio se analizaron los restos de uno de los
supervivientes de ese último Máximo Glacial, que vivió hace unos 23 mil años en
lo que hoy es Granada, España. Fue descubierto en la cueva de Malalmuerzo, un
lugar ampliamente decorado con pinturas rupestres de gran calidad.
Es la primera vez que se identifica genéticamente a un
integrante de la cultura conocida como Solutrense. Pudieron compararlo con
otros genomas nuevos, y los de cientos que ya se conocían. Esto les permitió
descubrir el vínculo que existe entre las diferentes culturas que poblaron
Europa en los últimos 45 mil años.
La auriñaciense es la pobladora originaria, que dio paso a
la gravetiense. Esta última fue la que sufrió el gran embate del Máximo
Glacial. Muchos creían que había desaparecido, pero la paleogenética probó que
continuó en la cultura solutrense. Incluso los europeos de hoy en día llevan en
su ADN un legado genético de esos últimos supervivientes.
“Se había visto en 2016 que la ancestralidad presente en un
auriñaciense de Goyet, en Bélgica, reaparecía, aunque disminuida, en un
individuo magdaleniense de El Mirón, España, pero no estaba presente en otras
partes de Europa”, contó Lalueza-Fox. “Esta persistencia de más de 20 mil años
era muy sorprendente. Ahora, con el análisis de tres individuos solutrenses,
dos de España y uno del suroeste de Francia, datados entre hace unos 23 mil y
21 mil años, se ha visto que la ancestralidad de Goyet persistía a lo largo del
último máximo glacial”.
“Las poblaciones que sobrevivieron al máximo glacial en
Iberia repoblaron, en parte, Europa y al mismo tiempo se mezclaron con nuevas
poblaciones que por la misma época parecen provenir de los Balcanes o del
Oriente Próximo”, contó el paleogenetista.
“Estos últimos conforman la mayor parte de la ancestralidad
que descubrimos en las poblaciones de la cultura magdalenienses. El panorama es
todavía confuso en muchos detalles porque, aunque tenemos ya un par de
centenares de genomas de toda Europa, existe una gran complejidad de
migraciones y cambios que abarcan más de 30 mil años”, concluyó Lalueza-Fox.
Catástrofes de la Era de Hielo
Una serie de catástrofes ambientales precipitaron cambios
más drásticos para el ya frío clima de la Última Era de Hielo. La primera
ocurrió hace unos 40 mil años, y fue una de las erupciones volcánicas más
importantes de los últimos 200 mil años. Lo que los geólogos suelen llamar
súper erupción, de magnitud 7.
Es la llamada Ignimbrita campaniana, ocurrida en los campos
Phlegrean, en el norte del Golfo de Nápoles, en el sur de Italia. Los expertos
estiman que las columnas de humo podrían haber llegado a los 44 kilómetros de
altura. Esta erupción no sólo afecto el clima, haciéndolo más frío porque el
sol fue cubierto durante mucho tiempo, sino que también afectó al ecosistema
del sureste europeo. Se creó un invierno volcánico, dentro de una era glacial,
que debe haber afectado al clima de toda Europa y la zona mediterránea.
Las otras catástrofes, que entraron en combo con esta
anterior, son los llamados Eventos Heinrich. Se trata de un fenómeno natural
que ocurre cuando descomunales grupos de icebergs se desprenden de la capa de
hielos permanentes del Ártico. Al entrar en contacto con el océano Atlántico,
se derretían y aportaban increíbles cantidades de agua dulce. Esto, a su vez,
alteraba las corrientes marinas.
Principalmente interrumpía la corriente que llevaba agua
cálida a las costas europeas, por lo que terminaba generando importantes
fluctuaciones climáticas en el continente. Más que nada en la Península
Ibérica. El peor fue el Evento Heinrich 4, que coincidió con las erupciones
antes contadas. Seguido por el Evento Heinrich 2, que coincidió con el último
Máximo Glacial.
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