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Entrevista a Jane Goodal, primatóloga famosa

'Los chimpancés pueden ser muy agresivos, pero ellos no destruyen su medio ambiente' | elmundo.es

PABLO JÁUREGUI

BARCELONA.- La prestigiosa primatóloga, ganadora del Príncipe de Asturias de Ciencia en 2003, acaba de publicar en España 'Otra manera de vivir', una obra donde propone una "revolución civil" contra la comida basura, el maltrato a los animales y el grave deterioro del medio ambiente.

Jane Goodall es una mujer cargada de títulos. Entre muchas otras cosas, es Dama del Imperio Británico, Embajadora por la Paz de Naciones Unidas y Premio Príncipe de Asturias de Ciencia del año 2003. Sin embargo, quizás por el hecho de haber pasado más de cuatro décadas en la selva africana conviviendo con chimpancés, nada de esto se le ha subido lo más mínimo a la cabeza.

Goodall es, sin lugar a dudas, la primatóloga más prestigiosa de todos los tiempos, pero basta pasar un minuto con ella, junto al mono de peluche que le acompaña a todas partes, para darse cuenta de que representa el polo opuesto del clásico científico endiosado que se pasa la vida subido sobre un pedestal de arrogancia.

Desde hace más de tres décadas, esta incansable mujer -a la que algunos cariñosamente llaman Lady Chimpancé- viaja 300 días al año para transmitir por todo el planeta su mensaje de alarma sobre la destrucción del medio ambiente y el riesgo de que puedan desaparecer para siempre esos grandes simios cuyo complejo comportamiento desentrañaron por primera vez sus pioneras investigaciones.

Con este objetivo en mente, en 1975 fundó el Instituto Jane Goodall para la Investigación, la Educación y la Conservación de la Vida Salvaje, que ya tiene sedes en más de 28 países, y que próximamente se establecerá en España.

El viernes, invitada por la Obra Social de la Fundación La Caixa, Goodall presentó en Barcelona 'Otra manera de vivir' (ed. Lumen), el nuevo libro en el que promueve una "rebelión cívica" contra la comida basura, la crueldad hacia los animales, y el deterioro del medio ambiente.

PREGUNTA.- Los periódicos de cada mañana presentan un panorama más bien desolador de nuestra especie: guerras, asesinatos, hambre, pobreza, el cambio climático... ¿Es la sociedad de los chimpancés más agradable que la de los seres humanos?

RESPUESTA.- (Risas) Bueno, la verdad es que la sociedad de los chimpancés a veces puede ser bastante brutal, ya que pueden comportarse de forma muy agresiva. Pero la diferencia fundamental es que ellos no están destruyendo su medio ambiente. Con tal de que se encuentren en un hábitat seguro y protegido (algo que cada vez es más infrecuente), la vida de los chimpancés salvajes suele ser maravillosa, exceptuando quizás a los que se encuentran en los últimos puestos de la jerarquía social. En todo caso, me gustaría dejar claro que la idea del «buen salvaje» es falsa. Las comunidades de chimpancés a veces se pelean de manera feroz entre ellas, y matan para proteger o extender su territorio. Así que en este sentido, su vida no es siempre idílica.

P.- ¿Pueden estos conflictos brutales de los chimpancés ayudarnos a entender la crueldad humana?

R.- Sin duda, estoy convencida de que podemos aprender mucho analizando comportamientos que compartimos hoy los humanos y los chimpancés. Si es cierto que tuvimos un ancestro común, hace entre seis y siete millones de años, entonces es probable que estos comportamientos agresivos ya estuvieran presentes en este antepasado que compartimos, y se hayan transmitido hasta nosotros a lo largo de la evolución. El hecho es que los chimpancés son las criaturas que más se parecen a nosotros sobre la Tierra, y hoy sabemos que compartimos el 99% del ADN con ellos. Pero todo esto no quiere decir que la violencia sea inevitable entre los humanos, porque podemos controlarla con nuestro cerebro.

P.- Sin embargo, a pesar de ese impresionante cerebro, que nos ha permitido desarrollar el arte y la ciencia, la paradoja es que somos los primera especie que podría provocar su propia autodestrucción. En este sentido, no sé si nuestra supuesta inteligencia superior nos ha servido de mucho... R.- El problema es que somos inteligentes, pero hemos perdido la sabiduría. Es muy importante hacer esta distinción. La pregunta que debemos hacernos es: ¿cómo es posible que la criatura con el cerebro más sofisticado del planeta, que le ha permitido viajar a la Luna, construir catedrales y componer música bellísima, sea capaz de destruir el único hogar que poseemos? ¡No tenemos otro! El gran biólogo Ed Wilson dice que si todo el mundo adquiriese el nivel de vida de los países ricos, necesitaríamos tres o cuatro planetas nuevos. Pero evidentemente no los tenemos, sólo tenemos éste. ¿Qué pensarán nuestros tataranietos de nosotros si continuamos destruyendo todo, por culpa de nuestra insaciable avaricia y egoísmo?

P.- ¿Por qué dice que «perdimos» la sabiduría? ¿Alguna vez la tuvimos?

R.- Yo creo que sí. Basta pensar en los pueblos indígenas que sí respetaban el medio ambiente y que sentían auténtica reverencia por la vida. Aunque cazaran para comer, rezaban una oración por el espíritu del animal. Lo que ocurre es que si tienes un cerebro tan sofisticado y astuto como el nuestro, pero lo desconectas del corazón -en el sentido literario del corazón como la sede del amor y la compasión-, entonces lo que surge es una criatura muy peligrosa.Y eso es lo que somos ahora mismo.

P.- ¿Pero cree que podemos recuperar esta capacidad para la solidaridad?

R.- Sí, porque conozco a muchas personas que tienen esa sabiduría. Los movimientos que luchan contra las grandes corporaciones, que luchan para erradicar la pobreza, y para lograr una verdadera justicia ambiental. Somos muchos, cada vez más.

P.- ¿Hay algo que podamos aprender de los chimpancés para reflexionar sobre estos gravísimos problemas?

R.- En primer lugar, los chimpancés no provocan una sobrepoblación de su entorno. Esto es muy importante, es uno de nuestros problemas más graves: el imparable crecimiento de la población humana. Es algo totalmente insostenible, al igual que la expansión económica sin frenos. Los chimpancés sólo tienen una cría cada cinco o seis años, así que no tienen problemas de sobrepoblación. En segundo lugar, aunque pueden ser muy violentos, también tienen una gran capacidad para el amor y la compasión, e intentan resolver sus problemas rápidamente. No les gusta la tensión, y se les da muy bien resolver sus conflictos. Pero quizás lo más importante que he aprendido de ellos es la importancia de tener una buena experiencia formativa en los primeros dos o tres años de la vida. Se ve muy claramente la diferencia entre los chimpancés que tuvieron buenas madres que les dieron mucho afecto y los que tuvieron madres ariscas y crueles. Al mismo tiempo, las cicatrices emocionales que puede dejar la pérdida de la madre, o una muy mala experiencia durante la infancia, se pueden percibir perfectamente en los chimpancés. Y esto es algo que también dicen los psicólogos sobre los niños humanos. Creo que hoy, especialmente en el mundo occidental, muchos niños no están recibiendo el cariño y afecto maternal que necesitan, debido a la incorporación de la mujer al mundo laboral y el deterioro de muchas familias.

P.- Pero, entonces, ¿qué es lo que propone? Lo que acaba de sugerir suena muy políticamente incorrecto, desde la perspectiva del feminismo.

R.- Sí, las feministas siempre se enfadan cuando digo esto. Pero lo que quiero decir es que, teniendo en cuenta que en la sociedad moderna, las mujeres tienen que trabajar, si queremos dar a los niños los cuidados que necesitan en los primeros años de su vida -algo crucial para el futuro de nuestra especie-, tenemos que buscar una buena alternativa. Una buena guardería no está mal, pero no es lo mismo que tener relaciones de afecto y confianza con unos pocos adultos. Me gusta más la idea de comunidades de vecinos que se organizan para cuidar de sus respectivos niños. En todo caso, creo que es un problema muy serio del que se habla demasiado poco y para el que hay que explorar mejores soluciones.

P.- ¿Hasta qué punto tienen cultura los chimpancés?

R.- Si definimos la cultura como un comportamiento que se transmite de generación en generación mediante la observación, la imitación y el aprendizaje, entonces es indudable que poseen esta capacidad. Así es como se explica la adquisición del uso de las herramientas que emplean para cazar, comer y otras actividades. En todos los lugares de Africa donde se estudian los chimpancés, se ha observado este comportamiento.

P.- ¿Y el lenguaje?

R.- Evidentemente, no tienen lenguaje en el sentido en que lo tenemos nosotros, pero poseen formas sofisticadas de comunicación que varían de un lugar a otro. Por ejemplo, hay un movimiento de brazo que en algunas manadas hacen las madres a sus crías para que se suban a la espalda. Sin embargo, en otros lugares este mismo gesto también los puede hacer un macho a otro para pedirle que le dé un abrazo para consolarle, cuando se siente triste. Además, se ha demostrado que pueden aprender el lenguaje de signos de los sordos. Son capaces de aprender más de 400 signos. E incluso pueden realizar algunos cálculos matemáticos sencillos.

P.- Cuando ganó el Príncipe de Asturias, llegó a decir que los chimpancés incluso tienen alma. ¿Qué quiso decir con esto?

R.- A mucha gente le asusta que se vaya descubriendo lo parecidos que somos los chimpancés y los humanos, y por eso buscan desesperadamente formas de diferenciarnos. Evidentemente, contra el ADN no hay argumentos, porque es un dato objetivo que compartimos un 99% de genes con ellos. Así que entonces se vuelve al viejo concepto del alma. Pero a esto yo respondo que igual que no podemos demostrar que nosotros mismos tengamos alma -de hecho, mucha gente no cree que la tengamos-, pues tampoco podemos decir que el chimpancé no lo tenga. Yo sí creo en el alma, aunque no lo digo como un hecho científico, sino como algo que yo sentí cuando viví en la jungla de Africa. Pero no es algo exclusivo al ser humano; creo que todos los seres vivos tienen una chispa de vida, un poder misterioso que les permite estar aquí sobre la Tierra.

P.- ¿Cree que debemos de cuidar especialmente el bienestar de los chimpancés y otros grandes primates, debido a su parecido a nosotros, o debemos preocuparnos por todos los animales de forma igualitaria?

R.- Creo que tienen una mayor capacidad cerebral, y, por lo tanto, pueden anticipar las cosas terribles que les pueden pasar en el futuro, y recordar las cosas atroces que les han ocurrido en el pasado, merecen una consideración especial. Por ejemplo, para un chimpancé el sufrimiento en un experimento de laboratorio puede ser mucho mayor que para una rata.

P.- ¿Cree que debería prohibirse investigar con primates en el campo biomédico?

R.- Sí, debería prohibirse, salvo que exista una justificación muy clara de que un experimento podría servir para salvar vidas humanas, por ejemplo en la investigación sobre males como el Alzheimer y el Parkinson. No estoy necesariamente en contra de toda la investigación con primates u otros animales. Lo que sí creo es que, cuando un experimento está justificado por motivos médicos, debe cuidarse al máximo que los animales sufran lo mínimo posible. Pero sabemos que hoy esto no es así. La realidad es que la mayoría de los laboratorios son lugares terroríficos.

P.- ¿Qué opina de la polémica que ha surgido en los últimos años en EEUU sobre la enseñanza del darwinismo en las escuelas?

R.- Creo que incluso en Estados Unidos, este problema se está empezando a superar. Hace poco, incluso en Kansas, una de las zonas de mayor fervor religioso, se ha votado por mantener el darwinismo en las clases de ciencia. Evidentemente, en mi caso, mi trabajo con chimpancés ha supuesto una comprobación diaria de la teoría de la evolución, así que para mí no puede existir la más mínima duda sobre la validez de las ideas de Darwin. Pero al mismo tiempo, para mí esto nunca ha sido incompatible con la creencia en Dios, un Dios que no sé definir, pero que siento como un poder mayor que nosotros. Para mí, esto no es incompatible con la ciencia. Puedes asumir perfectamente que el Big Bang fue el origen del Universo, pero, al mismo tiempo, plantearte qué es lo que inició ese proceso.

P.- Hablando de crueldad animal, ¿qué opina de las corridas de toros?

R.- A mí personalmente no me gustan y no iría a ver ninguna. Además, no me parece que acudir a este tipo de espectáculos violentos sea lo más edificante. Pero, dicho esto, el sufrimiento del toro en las corridas me parece mucho menor que lo que padecen los animales encerrados en granjas industriales. Esto se lo comenté una vez al Rey Juan Carlos. Las corridas no me parecen, ni de lejos, el peor ejemplo de crueldad animal. Los hay muchos peores, y no hay ningún país que pueda arrojar piedras contra España por este motivo, teniendo en cuenta las barbaridades que se cometen en todas partes con los animales de granja, una práctica que está oculta, pero que es mucho más terrible. En todo caso, la emoción que sienten los espectadores de una corrida, al igual que en el boxeo o en una carrera de motos, probablemente tenga profundas raíces evolutivas: he visto a chimpancés emocionarse, observando como espectadores las peleas de piedras que a veces se producen entre algunas manadas rivales. Lo ideal sería que pudiéramos buscar formas de entreternos que no implicaran el sufrimiento de seres vivos. P.- ¿Cómo surgió su amor por los animales y la naturaleza?

R.- Parece que era una pasión innata. Al parecer, me gustaba observar gusanos, caracoles y palomas cuando sólo tenía año y medio. Luego tuvieron una gran influencia las lecturas que me daba mi madre, que eligió muy bien los títulos que ella sabía que me iban a gustar, como Doctor Doolitle y, sobre todo, Tarzán. De hecho, siempre le tuve una gran envidia a Jane, la novia del rey de la selva, y cuando cumplí 11 años, mi sueño ya era ir a Africa y vivir rodeada de animales. Además, de niña el primer gran profesor que tuve fue mi perro Rusty, que me enseñó que los animales tienen sentimientos, mentes y personalidad.

P.- ¿Es usted vegetariana?

R.- Sí, pero no es una opción que necesariamente tenga que adoptar todo el mundo. Sin embargo, si la gente siente la necesidad de comer carne, creo que, por su propia salud, debería ingerir el mínimo posible, y que debería buscar siempre productos de granjas ecológicas en las que los animales no se encuentren encerrados en condiciones terribles y sean alimentados con antibióticos.

P.- ¿Pero no es cierto que el consumo de carne fue un factor crucial en el proceso evolutivo que permitió el desarrollo cerebral del Homo sapiens?

R.- Bueno, esa teoría es pura especulación. Quizás sea cierto, pero hay que tener en cuenta un hecho interesante: aunque los chimpancés comen carne, sólo constituye un 2% del total de su dieta, que es muy poco. Nosotros comemos demasiado y la queremos barata, lo cual explica en buena medida la epidemia de obesidad en el mundo occidental. Por otra parte, como explico en mi nuevo libro, el consumo elevado de carne es, probablemente, lo que más amenaza el futuro del planeta, porque cuanta más gente come carne, más zonas se deforestan para cultivar el grano que alimente al ganado. Además, a los animales se les dan antibióticos que luego pasan a la cadena alimentaria humana, y pueden fomentar la aparición de nuevas bacterias resistentes que pueden provocar infecciones incurables.

P.- ¿Si existiera la reencarnación, en qué animal le gustaría convertirse?

R.- Me encantaría volver a la vida transformada en un pájaro, porque siempre me ha parecido que ver el mundo volando libre desde las alturas debe ser una experiencia insuperable. Pero sólo me gustaría reencarnarme en un animal si el mundo cambiara primero, porque en estos momentos cualquiera de las criaturas que me gustaría ser probablemente lo pasaría muy mal, por culpa de la crueldad que sigue predominando.

P.- Recientemente en España se desató una gran polémica en torno al Proyecto Gran Simio, que defendieron algunos parlamentarios. ¿Cree que los chimpancés y otros grandes primates deben tener derechos?

R.- Esto no es lo que más me preocupa. Existe una Declaración de Derechos Humanos para nuestra propia especie y es evidente que en muchos lugares del mundo no se cumple, y que muchas personas sufren terribles abusos. Probablemente, ocurriría lo mismo si se estableciera una normativa sobre los derechos de los chimpancés, sobre todo en medio de la jungla africana, donde nadie ha oído hablar de este tipo de iniciativas. Prefiero volcar mis energías y mis poderes de persuasión en apelar a la responsabilidad humana. Mi misión es ayudar a comprender cuánto se parecen los chimpancés y muchos otros animales a nosotros, y explicar que tienen sentimientos muy parecidos. Es nuestra responsabilidad cuidarlos y protegerlos. Creo que esto se entiende mejor que hablar en términos de derechos.

Comentarios

Alfredo Moles dijo…
La prensa española publica un artículo de una universidad de U$A donde prueban que los chimpances de la savana de Senegal fabrican pequeñas lanzas para cazar.......
Anónimo dijo…
Considero a las palabras de Jane un ejemplo de cómo con razonamientos sencillos se puede predecir el destino de la humanidad para las próximas décadas.
De paso, hago llegar un agradecimiento por mantener este blog tan actualizado y tan seriamente elaborado.

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