Solemos decir que el ser humano está solo, cuando hablamos de vida inteligente. Buscamos paliar esa soledad en el vacío profundo del espacio interestelar, pero nos olvidamos que apenas unas decenas de miles de años atrás, no sólo no estábamos solos, sino que por el planeta pululaba una cantidad de especies inteligentes dignas de La Guerra de las Galaxias.
(Nota publicada originalmente en "Asia, la otra cuna de la humanidad". Muy Interesante España. Noviembre 2019. Nº 462.)
En las últimas décadas los científicos vienen descubriendo
una nueva especie humana atrás de la otra. Hoy en día los científicos ponen
menos reparos en aceptar que existían otras especies que incluso compartieron
tiempo y espacio con la nuestra, pero hasta fines del siglo XX era muy
complicado poder entrar al exclusivo club humano.
Por aquellos tiempos, nuestro pasado evolutivo era pintado
como una cadena en la que cada eslabón representaba una especie homínida que
había ido dando lugar a la otra. Pero la gran cantidad de descubrimientos
fósiles que se han realizado en los últimos 30 años han dejado esa idea patas
para arriba, y podemos imaginarlo más bien como un tupido arbusto en el que las
ramas se tocan entre sí.
Las cunas de la humanidad
Si retrocedemos en el tiempo unos cuantos millones de años, a
los miembros de nuestro exclusivo club humano sólo los encontraríamos en
África, una de las cunas de la humanidad, donde se ha originado el tronco de
ese tupido arbusto. Así es que los primeros humanos se adaptaron biológicamente
para vivir en ese ambiente.
Hoy en día, podemos encontrar al ser humano casi en
cualquier parte del planeta, incluso tenemos gente viviendo en los helados
polos. Pero no es un logro que podamos atribuir a que nuestro cuerpo está
preparado biológicamente para enfrentar y tolerar cualquier clima. Podemos
hacerlo gracias a la tecnología.
Antes de que la tecnología humana se subiese al tren de la
innovación exponencial, adaptarse a poder vivir en un determinado clima no era
una tarea tan sencilla. En la actualidad no tenemos más que vestir una campera
científicamente desarrollada para aislar hasta las temperaturas más frías, o encender
el aire acondicionado para alejar el calor del verano.
El ser humano evolucionó en un clima cálido, seco, y muy
impredecible. Esto último lo llevó a convertirse en un ser vivo extremadamente
adaptable. ¿Qué significa esto? Que el cuerpo de aquellos primeros humanos
estaba preparado para lidiar con climas, flora y fauna muy diferentes, a poder
nutrirse de una gran variedad de alimentos.
Esta gran capacidad para adaptarnos a cualquier ambiente fue
lo que nos permitió ir colonizando zonas nuevas, tal vez muy diferentes. Ese
héroe primigenio que empezó a explorar cada vez más allá de su cuna de
nacimiento fue el Homo erectus.
Se originó en África hace unos 2 millones de años, y tan
sólo 200 mil años después, ya lo podíamos encontrar en un lugar tan remoto para
ellos como la isla de Java, en el sudeste de Asia. Incluso llegó a alcanzas
islas a las que sólo podía llegarse por mar, como la isla de Flores o la isla
de Luzon.
Su derrotero, que le llevó decenas de miles de años, y
cientos de generaciones, parece haber sido Medio Oriente como cabeza de playa,
para de allí ir hacia Europa; a Arabia e India; para Rusia, China, y finalmente
Sudeste Asiático.
En donde fuese que el Homo
erectus se asentó continuó su evolución, para adaptarse a los climas y
biomas de la región, que a lo largo de esos cientos de miles de años también han
ido cambiando y mucho. Así fue que podemos ver cómo fueron desarrollándose dos
cunas para la humanidad, dos regiones en las que evolucionaron muchas especies humanas
diferentes: África, la original, y Asia, la más nueva.
La otra cuna
África viene siendo apodada como la Cuna de la Humanidad, ya
que allí evolucionó el género humano, y también fue donde surgió nuestra propia
especie: el Homo sapiens. Pero existe
otra Cuna de la Humanidad: Asia. Si bien no es la nuestra propiamente dicha, si
la de muchos parientes que, o se han extinguido, o han sido absorbidos dentro
de nuestro ADN, como parece indicarnos el estudio de la paleogenética.
Pero para comprender esto, volvamos a nuestro héroe primigenio,
el Homo erectus, primer descubridor
del planeta. A ojos del siglo XXI lo veríamos como muy lento para los avances
tecnológicos. Nos parece algo totalmente normal que una PC se quede obsoleta en
unos años, o un teléfono móvil pase a mejor vida en meses, pero la tecnología
no siempre pudo avanzar tan rápido, lo hemos logrado gracias a que esos avances
se fueron apoyando sobre los anteriores.
Por eso a nuestro héroe primigenio, que fue al que le tocó
arar el terreno, le llevó cientos de miles de años. Es en lo que se conoce como
el Pleistoceno Medio, iniciado hace unos 700 mil años, cuando los expertos
notan que el ser humano cruzó un umbral. Un límite que le permitiría sortear
infinidad de umbrales, y desencadenar los avances tecnológicos que nos llevaron
a colonizar todo el planeta.
Esos umbrales no sólo fueron tecnológicos, sino biológicos,
evolutivos. Surgieron nuevas especies a lo largo y ancho del llamado Viejo
Mundo, descendientes de esas poblaciones de Homo
erectus que se aventuraron a lo desconocido. Así aparecieron los
neandertales en Europa, hace unos 400 mil años, nuestra Homo sapiens hace unos 300 mil años, y un tercer grupo en Asia, muy
variable, que por ahora no tiene estatus de especie, apodado más informalmente
como Denisovanos.
Asia parece ser un crisol de especies para esta época. No
sólo seguían existiendo descendientes de Homo
erectus, sino que hace unos 360 mil años comienzan a verse muchos humanos
diferentes, que nos acercan a la
fantástica Tierra Media de las novelas Tolkien, con el Hobbit de la isla de
Flores, y el recientemente descubierto Homo
luzonensis, ambos de muy baja estatura y que vivieron recluidos en islas.
(Ver apartado)
De Asia con amor
Una de las primeras muestras de que hubo otros humanos se
descubrió en Asia, en la isla de Java, allá por 1892. Se trató nada menos que
del descubrimiento del primer fósil de Homo
erectus, si bien deberían pasa casi 60 años para que el mundo científico se
pusiese de acuerdo y le diesen ese nombre científico.
Le siguieron infinidad de descubrimientos de restos fósiles
en Asia, pero en su mayoría eran fragmentarios, o no podían ser fechados con
seguridad. Sin embargo, con el avance tecnológico y científico, hoy en día
basta con un simple diente para obtener libros completos de información. Justamente
tan solo cuatro dientes, de unos 240 mil
años de antigüedad, descubiertos en el sur de China, han permitido avanzar
mucho sobre el conocimiento de este período.
“Este análisis nos lleva a plantear la existencia de un
poblamiento de China mucho más complejo del que se había planteado hace unos
años”, contó a Muy Interesante el
paleoantropólogo José María Bermúdez de Castro, uno de los autores del análisis
de esos dientes fósiles.
“Además de las poblaciones de Homo erectus hubo otras, que pudieron llegar hace 300.000-200.000
años. Quizá hibridaron con los residentes (Homo
erectus) o tal vez los sustituyeron. Su procedencia sería del oeste y
podían estar relacionadas con las poblaciones que han sido incluidas por varios
autores en Homo heidelbergensis, o
tal vez con el grupo de los Denisovanos”, explicó Bermúdez de Castro,
coordinador del Programa de Paleobiología del Centro Nacional de Investigación
sobre Evolución Humana de España.
El estudio de esos dientes, comparados con otros cientos que
se han descubierto, tanto en Asia, como en otras partes del Viejo Mundo,
permite a los autores del estudio publicado en el Journal of Human Evolution, inferir que hubo una evolución local de
los H. erectus que lentamente
desarrollaron características más cercanas a las de nuestra especie, y que
formarían un grupo muy diverso que por ahora no tiene nombre científico: los
Denisovanos.
De Siberia a la cima del mundo
En 2010 se dio a conocer un
descubrimiento que comenzaría a arrojar luz sobre el complejo mundo paleolítico
de Asia. Se trataba de la apodada Mujer X, de la cual tan sólo se conocía un
fragmento del dedo gordo del pie encontrado en la cueva de Denisova, Siberia.
Pero ese pequeño resto fósil
revolucionaría todo por el ADN que aportó, que no era ninguna especie conocida,
se trataba de una población totalmente desconocida relacionándose con
neandertales y sapiens hace 40 mil años. En estos últimos nueve años se ha
podido conocer mucho más sobre estos enigmáticos parientes, tanto por el
estudio de su ADN, como por el descubrimiento de nuevos fósiles.
Se trata de una población que se
separó de los neandertales hace unos 430 mil años, algo que sabemos por unas
muestras de ADN mitocondrial de Sima de los Huesos en Atapuerca, España, nos
contó Carles Lalueza Fox, investigador del Instituto de Biología Evolutiva de
Barcelona. Lalueza Fox fue parte del equipo que demostró por primera vez la
presencia de ADN neandertal dentro del de humanos actuales.
También son conocidos, de forma
indirecta, por su legado genético dentro del ADN de muchas poblaciones actuales
de Asia del este. Pero recientemente se dio a conocer, en la revista Nature, un descubrimiento que
terminarían por confirmar que esta población de Denisovanos fue un grupo
diverso que pobló gran parte de Asia, desde Siberia a China, pasando nada menos
que por la región más alta del planeta: la meseta del Tibet.
Este nuevo descubrimiento es una
mandíbula nomás, pero se trata del fragmento más completo hasta ahora atribuido
a un Denisovano, y encontrado a 3280 metros de altura, en la cueva de Xiahe.
Una zona que se creía que sólo había podido ser colonizada por nuestra propia
especie, el H. sapiens, hace unos 40
mil años.
Pero los Denisovanos ya estaban
allí hace 160 mil años. Y gracias al análisis de ADN se ha podido descubrir que
fueron ellos quienes han legado a la población tibetana actual el gen que les
permite captar más oxígeno del aire, una adaptación clave para quienes viven a
tanta altura, donde el oxígeno es más escaso.
Raíces profundas
La evolución humana en Asia a lo largo de unos 700 mil años ha sido vista como una serie de grupos diferentes entre sí, que no se relacionaron en el espacio, ni en el tiempo. Pero toda la evidencia que se viene aportando en los últimos años apuntan en dirección contraria.
Al parecer estos grupos diversos,
sí tenían relación entre sí, y existió una continuidad desde los tiempos de Homo erectus hasta la actualidad de
nuestra especie Homo sapiens. Eso
viene a aportar el reciente descubrimiento de un cráneo de 300 mil años en la
cueva de Hualongdong, en el centro este de China.
“Los
fósiles de Hualongdong son especialmente importantes en mostrar un patrón
variable pero consistente en la forma humana para este período”, dijo Erik
Trinkaus, paleoantropólogo de la Universidad de Washington y uno de los autores
del estudio publicado en la revista Proceedings
of the National Academy of Sciences de Estados Unidos.
“El cráneo
de Hualongdong”, explicó Trinkaus, “aporta información sobre la forma de los
dientes y del cráneo que, reforzado con fósiles previos, sugiere que hubo
variación en la forma en que estas características se combinaban en los
individuos, y así y todo hubo una continuidad de este mosaico a lo largo de la
evolución humana. Un patrón que debería ser aceptado de forma general para todo
el Viejo Mundo, y que ya es ampliamente aceptado para Asia”.
Un árbol familiar complejo
A raíz de estos últimos
descubrimientos, se viene generando un consenso entre diversos grupos de
paleoantropólogos a favor de una continuidad regional en la evolución humana.
Una continuidad desde Homo erectus
hasta las poblaciones humanas más recientes, y con grados variables, hacia los
humanos modernos.
El cráneo de Hualongdong, junto con la mandíbula Denisovana, y muchos
otros fósiles, están aportando evidencia a favor de esta continuidad y
diversidad, y no sólo en Asia, sino también en Europa y en África.
“Son las
regiones continentales centrales las que aportaron el patrón para le evolución
humana y formaron el trasfondo para la emergencia de los humanos modernos”, concluyeron
Trinkaus y colegas. “Y es consistente con un patrón pan-Viejo Mundo de cambio
regional a lo largo de este período”.
Hasta
ahora, la idea de una continuidad regional permanecía siendo controversial,
principalmente por lo fragmentarios que son los fósiles en Asia, y porque la
mayoría no están fechados de una forma confiable, o tampoco se les puede
extraer ADN fósil.
Pero a la
vez que ha ido mejorando el conocimiento de los humanos que poblaron Asia,
también ha ido cambiando la forma en que se ve el poblamiento y la evolución de
nuestra propia especie en África. Si bien los restos más antiguos que tenemos
son de hace unos 310 mil años en el Norte de África, ahora se acepta que podría
haber evolucionado hace unos 500 mil años a partir de diversas poblaciones que
se entrecruzaban entre sí.
“Lo que sí
está claro es la gran complejidad del árbol de los homininos, que en cierta
forma se corresponde con una acusada diversidad en la forma corporal detectada
también en el registro fósil. En cierta forma, es el fin de los modelos
simples”, concluyó Carles Lalueza Fox.
APARTADO
Aventureros marinos
Una nueva
especie humana dada a conocer recientemente, aportaría más información al
currículum vitae de aventurero del Homo
erectus. La especie en cuestión es el Homo
luzonensis, unos hombrecillos de baja estatura que habitaron hace unos 67
mil años en la isla de Luzon, parte del archipiélago de las Filipinas. ¿Y qué
tiene que ver con el CV aventurero del H.
erectus?
Es que la
isla se encuentra poblada desde al menos 700 mil años, y en ningún momento de
ese período la isla se encontró unida al continente. Así es que quienes la
colonizaron, debieron cruzar la llamada Línea de Wallace que separa Asia de
Oceanía. Se trata de un límite físico más que importante, un abarrera tal que
la fauna y flora a ambos lados de la línea son muy diferentes, ya que esos
estrechos de mar son difíciles de cruzar si no es con una embarcación o a la
deriva de las corrientes marinas.
Los expertos
creen que de alguna forma llegaron nuestros antepasado H. erectus a la isla, ya sea por algún tifón, u otra tormenta que
los haya arrastrado. Fue luego la evolución la que los adaptó a vivir en un
ambiente con pocos recursos.
Es lo que se
conoce como enanismo insular, una adaptación a no necesitar tantos alimentos, ni
consumir tanta energía. Ha ocurrido con otros mamíferos como los elefantes
enanos, y también con otros humanos, como los Hobbit, el Homo floresiensis, que vivió hasta hace unos 18 mil años en la isla
de Flores.
En las
Filipinas, actualmente viven unos grupos llamados colectivamente Negritos,
justamente por su escaso tamaño, que no suele superar 1,3 metros de altura. El
Hobbit de Flores apenas llegaba al metro, y H.
luzonensis se cree que sería similar, si bien por ahora sólo se lo conoce
por fragmentos de huesos.
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