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Los otros humanos


Solemos decir que el ser humano está solo, cuando hablamos de vida inteligente. Buscamos paliar esa soledad en el vacío profundo del espacio interestelar, pero nos olvidamos que apenas unas decenas de miles de años atrás, no sólo no estábamos solos, sino que por el planeta pululaba una cantidad de especies inteligentes dignas de La Guerra de las Galaxias.

Yacimiento en el que se descubrieron los restos de ‘Homo floresiensis’ en el año 2003
(Nota publicada originalmente en "Asia, la otra cuna de la humanidad". Muy Interesante España. Noviembre 2019. Nº 462.)

En las últimas décadas los científicos vienen descubriendo una nueva especie humana atrás de la otra. Hoy en día los científicos ponen menos reparos en aceptar que existían otras especies que incluso compartieron tiempo y espacio con la nuestra, pero hasta fines del siglo XX era muy complicado poder entrar al exclusivo club humano.

Por aquellos tiempos, nuestro pasado evolutivo era pintado como una cadena en la que cada eslabón representaba una especie homínida que había ido dando lugar a la otra. Pero la gran cantidad de descubrimientos fósiles que se han realizado en los últimos 30 años han dejado esa idea patas para arriba, y podemos imaginarlo más bien como un tupido arbusto en el que las ramas se tocan entre sí.

Las cunas de la humanidad

Si retrocedemos en el tiempo unos cuantos millones de años, a los miembros de nuestro exclusivo club humano sólo los encontraríamos en África, una de las cunas de la humanidad, donde se ha originado el tronco de ese tupido arbusto. Así es que los primeros humanos se adaptaron biológicamente para vivir en ese ambiente.

Hoy en día, podemos encontrar al ser humano casi en cualquier parte del planeta, incluso tenemos gente viviendo en los helados polos. Pero no es un logro que podamos atribuir a que nuestro cuerpo está preparado biológicamente para enfrentar y tolerar cualquier clima. Podemos hacerlo gracias a la tecnología.

Antes de que la tecnología humana se subiese al tren de la innovación exponencial, adaptarse a poder vivir en un determinado clima no era una tarea tan sencilla. En la actualidad no tenemos más que vestir una campera científicamente desarrollada para aislar hasta las temperaturas más frías, o encender el aire acondicionado para alejar el calor del verano.

El ser humano evolucionó en un clima cálido, seco, y muy impredecible. Esto último lo llevó a convertirse en un ser vivo extremadamente adaptable. ¿Qué significa esto? Que el cuerpo de aquellos primeros humanos estaba preparado para lidiar con climas, flora y fauna muy diferentes, a poder nutrirse de una gran variedad de alimentos.

Esta gran capacidad para adaptarnos a cualquier ambiente fue lo que nos permitió ir colonizando zonas nuevas, tal vez muy diferentes. Ese héroe primigenio que empezó a explorar cada vez más allá de su cuna de nacimiento fue el Homo erectus.

Se originó en África hace unos 2 millones de años, y tan sólo 200 mil años después, ya lo podíamos encontrar en un lugar tan remoto para ellos como la isla de Java, en el sudeste de Asia. Incluso llegó a alcanzas islas a las que sólo podía llegarse por mar, como la isla de Flores o la isla de Luzon.
Su derrotero, que le llevó decenas de miles de años, y cientos de generaciones, parece haber sido Medio Oriente como cabeza de playa, para de allí ir hacia Europa; a Arabia e India; para Rusia, China, y finalmente Sudeste Asiático.

En donde fuese que el Homo erectus se asentó continuó su evolución, para adaptarse a los climas y biomas de la región, que a lo largo de esos cientos de miles de años también han ido cambiando y mucho. Así fue que podemos ver cómo fueron desarrollándose dos cunas para la humanidad, dos regiones en las que evolucionaron muchas especies humanas diferentes: África, la original, y Asia, la más nueva.

La otra cuna 

África viene siendo apodada como la Cuna de la Humanidad, ya que allí evolucionó el género humano, y también fue donde surgió nuestra propia especie: el Homo sapiens. Pero existe otra Cuna de la Humanidad: Asia. Si bien no es la nuestra propiamente dicha, si la de muchos parientes que, o se han extinguido, o han sido absorbidos dentro de nuestro ADN, como parece indicarnos el estudio de la paleogenética.

Pero para comprender esto, volvamos a nuestro héroe primigenio, el Homo erectus, primer descubridor del planeta. A ojos del siglo XXI lo veríamos como muy lento para los avances tecnológicos. Nos parece algo totalmente normal que una PC se quede obsoleta en unos años, o un teléfono móvil pase a mejor vida en meses, pero la tecnología no siempre pudo avanzar tan rápido, lo hemos logrado gracias a que esos avances se fueron apoyando sobre los anteriores.

Por eso a nuestro héroe primigenio, que fue al que le tocó arar el terreno, le llevó cientos de miles de años. Es en lo que se conoce como el Pleistoceno Medio, iniciado hace unos 700 mil años, cuando los expertos notan que el ser humano cruzó un umbral. Un límite que le permitiría sortear infinidad de umbrales, y desencadenar los avances tecnológicos que nos llevaron a colonizar todo el planeta.

Esos umbrales no sólo fueron tecnológicos, sino biológicos, evolutivos. Surgieron nuevas especies a lo largo y ancho del llamado Viejo Mundo, descendientes de esas poblaciones de Homo erectus que se aventuraron a lo desconocido. Así aparecieron los neandertales en Europa, hace unos 400 mil años, nuestra Homo sapiens hace unos 300 mil años, y un tercer grupo en Asia, muy variable, que por ahora no tiene estatus de especie, apodado más informalmente como Denisovanos.

Asia parece ser un crisol de especies para esta época. No sólo seguían existiendo descendientes de Homo erectus, sino que hace unos 360 mil años comienzan a verse muchos humanos diferentes,  que nos acercan a la fantástica Tierra Media de las novelas Tolkien, con el Hobbit de la isla de Flores, y el recientemente descubierto Homo luzonensis, ambos de muy baja estatura y que vivieron recluidos en islas. (Ver apartado)

De Asia con amor

Una de las primeras muestras de que hubo otros humanos se descubrió en Asia, en la isla de Java, allá por 1892. Se trató nada menos que del descubrimiento del primer fósil de Homo erectus, si bien deberían pasa casi 60 años para que el mundo científico se pusiese de acuerdo y le diesen ese nombre científico.

Le siguieron infinidad de descubrimientos de restos fósiles en Asia, pero en su mayoría eran fragmentarios, o no podían ser fechados con seguridad. Sin embargo, con el avance tecnológico y científico, hoy en día basta con un simple diente para obtener libros completos de información. Justamente  tan solo cuatro dientes, de unos 240 mil años de antigüedad, descubiertos en el sur de China, han permitido avanzar mucho sobre el conocimiento de este período.

“Este análisis nos lleva a plantear la existencia de un poblamiento de China mucho más complejo del que se había planteado hace unos años”, contó a Muy Interesante el paleoantropólogo José María Bermúdez de Castro, uno de los autores del análisis de esos dientes fósiles.

“Además de las poblaciones de Homo erectus hubo otras, que pudieron llegar hace 300.000-200.000 años. Quizá hibridaron con los residentes (Homo erectus) o tal vez los sustituyeron. Su procedencia sería del oeste y podían estar relacionadas con las poblaciones que han sido incluidas por varios autores en Homo heidelbergensis, o tal vez con el grupo de los Denisovanos”, explicó Bermúdez de Castro, coordinador del Programa de Paleobiología del Centro Nacional de Investigación sobre Evolución Humana de España. 

El estudio de esos dientes, comparados con otros cientos que se han descubierto, tanto en Asia, como en otras partes del Viejo Mundo, permite a los autores del estudio publicado en el Journal of Human Evolution, inferir que hubo una evolución local de los H. erectus que lentamente desarrollaron características más cercanas a las de nuestra especie, y que formarían un grupo muy diverso que por ahora no tiene nombre científico: los Denisovanos.

De Siberia a la cima del mundo

En 2010 se dio a conocer un descubrimiento que comenzaría a arrojar luz sobre el complejo mundo paleolítico de Asia. Se trataba de la apodada Mujer X, de la cual tan sólo se conocía un fragmento del dedo gordo del pie encontrado en la cueva de Denisova, Siberia.

Pero ese pequeño resto fósil revolucionaría todo por el ADN que aportó, que no era ninguna especie conocida, se trataba de una población totalmente desconocida relacionándose con neandertales y sapiens hace 40 mil años. En estos últimos nueve años se ha podido conocer mucho más sobre estos enigmáticos parientes, tanto por el estudio de su ADN, como por el descubrimiento de nuevos fósiles.

Se trata de una población que se separó de los neandertales hace unos 430 mil años, algo que sabemos por unas muestras de ADN mitocondrial de Sima de los Huesos en Atapuerca, España, nos contó Carles Lalueza Fox, investigador del Instituto de Biología Evolutiva de Barcelona. Lalueza Fox fue parte del equipo que demostró por primera vez la presencia de ADN neandertal dentro del de humanos actuales.

También son conocidos, de forma indirecta, por su legado genético dentro del ADN de muchas poblaciones actuales de Asia del este. Pero recientemente se dio a conocer, en la revista Nature, un descubrimiento que terminarían por confirmar que esta población de Denisovanos fue un grupo diverso que pobló gran parte de Asia, desde Siberia a China, pasando nada menos que por la región más alta del planeta: la meseta del Tibet.

Este nuevo descubrimiento es una mandíbula nomás, pero se trata del fragmento más completo hasta ahora atribuido a un Denisovano, y encontrado a 3280 metros de altura, en la cueva de Xiahe. Una zona que se creía que sólo había podido ser colonizada por nuestra propia especie, el H. sapiens, hace unos 40 mil años.

Pero los Denisovanos ya estaban allí hace 160 mil años. Y gracias al análisis de ADN se ha podido descubrir que fueron ellos quienes han legado a la población tibetana actual el gen que les permite captar más oxígeno del aire, una adaptación clave para quienes viven a tanta altura, donde el oxígeno es más escaso.

Raíces profundas

La evolución humana en Asia a lo largo de unos 700 mil años ha sido vista como una serie de grupos diferentes entre sí, que no se relacionaron en el espacio, ni en el tiempo. Pero toda la evidencia que se viene aportando en los últimos años apuntan en dirección contraria.

Al parecer estos grupos diversos, sí tenían relación entre sí, y existió una continuidad desde los tiempos de Homo erectus hasta la actualidad de nuestra especie Homo sapiens. Eso viene a aportar el reciente descubrimiento de un cráneo de 300 mil años en la cueva de Hualongdong, en el centro este de China.

“Los fósiles de Hualongdong son especialmente importantes en mostrar un patrón variable pero consistente en la forma humana para este período”, dijo Erik Trinkaus, paleoantropólogo de la Universidad de Washington y uno de los autores del estudio publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences de Estados Unidos.

“El cráneo de Hualongdong”, explicó Trinkaus, “aporta información sobre la forma de los dientes y del cráneo que, reforzado con fósiles previos, sugiere que hubo variación en la forma en que estas características se combinaban en los individuos, y así y todo hubo una continuidad de este mosaico a lo largo de la evolución humana. Un patrón que debería ser aceptado de forma general para todo el Viejo Mundo, y que ya es ampliamente aceptado para Asia”.

Un árbol familiar complejo

A raíz de estos últimos descubrimientos, se viene generando un consenso entre diversos grupos de paleoantropólogos a favor de una continuidad regional en la evolución humana. Una continuidad desde Homo erectus hasta las poblaciones humanas más recientes, y con grados variables, hacia los humanos modernos.

El cráneo de Hualongdong, junto con la mandíbula Denisovana, y muchos otros fósiles, están aportando evidencia a favor de esta continuidad y diversidad, y no sólo en Asia, sino también en Europa y en África.

“Son las regiones continentales centrales las que aportaron el patrón para le evolución humana y formaron el trasfondo para la emergencia de los humanos modernos”, concluyeron Trinkaus y colegas. “Y es consistente con un patrón pan-Viejo Mundo de cambio regional a lo largo de este período”.

Hasta ahora, la idea de una continuidad regional permanecía siendo controversial, principalmente por lo fragmentarios que son los fósiles en Asia, y porque la mayoría no están fechados de una forma confiable, o tampoco se les puede extraer ADN fósil.

Pero a la vez que ha ido mejorando el conocimiento de los humanos que poblaron Asia, también ha ido cambiando la forma en que se ve el poblamiento y la evolución de nuestra propia especie en África. Si bien los restos más antiguos que tenemos son de hace unos 310 mil años en el Norte de África, ahora se acepta que podría haber evolucionado hace unos 500 mil años a partir de diversas poblaciones que se entrecruzaban entre sí.

“Lo que sí está claro es la gran complejidad del árbol de los homininos, que en cierta forma se corresponde con una acusada diversidad en la forma corporal detectada también en el registro fósil. En cierta forma, es el fin  de los modelos simples”, concluyó Carles Lalueza Fox.

APARTADO

Aventureros marinos


Una nueva especie humana dada a conocer recientemente, aportaría más información al currículum vitae de aventurero del Homo erectus. La especie en cuestión es el Homo luzonensis, unos hombrecillos de baja estatura que habitaron hace unos 67 mil años en la isla de Luzon, parte del archipiélago de las Filipinas. ¿Y qué tiene que ver con el CV aventurero del H. erectus?

Es que la isla se encuentra poblada desde al menos 700 mil años, y en ningún momento de ese período la isla se encontró unida al continente. Así es que quienes la colonizaron, debieron cruzar la llamada Línea de Wallace que separa Asia de Oceanía. Se trata de un límite físico más que importante, un abarrera tal que la fauna y flora a ambos lados de la línea son muy diferentes, ya que esos estrechos de mar son difíciles de cruzar si no es con una embarcación o a la deriva de las corrientes marinas.

Los expertos creen que de alguna forma llegaron nuestros antepasado H. erectus a la isla, ya sea por algún tifón, u otra tormenta que los haya arrastrado. Fue luego la evolución la que los adaptó a vivir en un ambiente con pocos recursos.

Es lo que se conoce como enanismo insular, una adaptación a no necesitar tantos alimentos, ni consumir tanta energía. Ha ocurrido con otros mamíferos como los elefantes enanos, y también con otros humanos, como los Hobbit, el Homo floresiensis, que vivió hasta hace unos 18 mil años en la isla de Flores.

En las Filipinas, actualmente viven unos grupos llamados colectivamente Negritos, justamente por su escaso tamaño, que no suele superar 1,3 metros de altura. El Hobbit de Flores apenas llegaba al metro, y H. luzonensis se cree que sería similar, si bien por ahora sólo se lo conoce por fragmentos de huesos. 

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