El otro día les hablaba de la mandíbula de Naulette, fósil neandertal descubierto en 1866. Esa mandíbula trajo mucho revuelo en Francia, tanto que comenzaron a preguntarse por los orígenes del hombre.
Para esa época ya se estaban barajando dos hipótesis centrales, una, la de Charles Darwin y Thomas Huxley, que decía que todas las “razas” descendían de un ancestro común, monogenistas, y la que decía que había diferentes orígenes para las diferentes razas, poligenistas.
Dos franceses, Jean Louis de Quatrefages y su asistente en el Muséum National d’Historie Naturelle, Ernest Jules Hamy, en 1873, comenzaron a unificar a casi todos los fósiles humanos que habían sido descubiertos hasta la fecha. Querían comprender su relación con las “razas modernas”.
De Quatrefages y Hamy creían en el origen común, o sea eran monogenistas, pero un tanto diferentes a Darwin, ya que no creían en la evolución, sino en la involución. Tenían sus dudas sobre la teoría de la selección natural dada a conocer por Darwin hacía algunos años, en 1859. Y también sobre la evolución en sí. No creían que los humanos descendiesen de algún antepasado simiesco, sino más bien de un grupo racial superior, del cual las diversas razas existentes eran descendientes. Había habido transformación, pero para peor. Sólo los europeos eran descendientes de aquellos arios de los cuales ya hablaban los lingüistas en aquél tiempo, no confundir con la locura nazi posterior.
¿Esto qué tiene que ver con los neandertales y con la paleoantropología?
Que de Quatrefages y Hamy crearon una “especie” paneuropea, una especie menor. Según ellos Europa había estado originalmente poblada por una raza de gente dolicocéfala (de cráneos alargados), con un cráneo parecido al descubierto en Fedhofer, o sea el Neandertal 1, y también similar al descubierto en Gibraltar (otro neandertal) y con una mandíbula como la de Naulette. Los llamaron raza de Cannstadt, en honor a un cráneo robusto y con cejas amplias que había sido descubierto en 1700 cerca de Cannstadt, Alemania.
El asunto es que luego se supo que este cráneo era de un romano, así que no era tan antiguo. Pero como era de huesos gruesos y pesados, lo equipararon a los neandertales. Así sucedió con otros tantos cráneos y huesos de humanos perfectamente modernos como los de Staegnaes, Suiza; Puy en Velay, Francia; y Clichy, cerca de París. El asunto es que tenían frentes bajas y cejas grandes, a la vez que huesos gruesos, pero eran cráneos a lo más antiguo del neolítico.
Como se seguían descubriendo en diversos lugares, le dio bastante credibilidad a la teoría de la raza de Cannstadt. Pero esto sólo prolongó la confusión, ya que se mezclaban con los restos de neandertales, o sea de primitivos pobladores reales. De Quatrefages y Hamy creían que los restos neandertales eran ejemplos extremos de la raza de Cannstadt.
Según ellos decían, no había habido una evolución real, tan sólo una migración de grupos raciales. Ya que según ellos, esta raza de Cannstadt fue reemplazada luego por los braquicéfalos (de cráneo ancho) arios provenientes de Asia. Ellos decían que los Cannstadt terminaron dando lugar a los lapones, los vascos y los fineses, mientras que los arios dieron lugar a los alemanes, a los ingleses y a las otras “razas superiores”.
La cuestión aria, en esa época era más que nada lingüística. Es lo que hoy en día se llama la rama lingüística indoeuropea, a la cual no pertenecen, justamente, la lengua vasca, la finesa y la lapita. De Quatrefages y Hamy lo llevaron al campo de la paleoantropología.
No duró mucho esta creencia, pronto entró en descrédito. Y así terminó otro capítulo interesante de la historia de la paleoantropología.
Fuente
The Neandertals, de Erik Trinkaus y Pat Shipman
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